5 de diciembre de 2009

Karzai: Más vale Diablo conocido…

El pasado 2 de

noviembre, Hamid Karzai fue re-electo como presidente de Afganistán luego que su contendor, el ex ministro de Relaciones Exteriores, Abdulá Abdulá, renunciara a participar del balotaje ya que, según su opinión, este carecía de garantías suficientes para un recuento de votos justo.

Y es que Abdulá tenía razones de sobra para no presentarse o, a lo menos, poner en tela de juicio el proceso: observadores de Naciones Unidas y la Unión Europea estimaron en más de 1 millón 500 mil los votos sospechosos de fraude, de los cuales 1,1 millón favorecían a Karzai.

Estas noticias, pese a ser escandalosas, a occidente no parece afectarle en lo más mínimo. Pues, para occidente, la política hacia el mundo árabe siempre ha sido la misma: más vale diablo conocido que diablo por conocer. Esto se repite en cada país del mundo árabe, donde occidente promueve la democracia pero, al mismo tiempo, ampara a los regímenes autoritarios que existen pues teme a que, gracias a los efectos democráticos de las elecciones, se consagren los diferentes movimientos islámicos al poder. Ya hemos visto en la historia como movimientos islámicos han llegado al poder gracias a las elecciones, como es el caso de Hezbolá en el Líbano y a Hamás en Palestina. Ambos, pese a entrar en el juego democrático, sus victorias electorales no son reconocidas por Estados Unidos.

Una vez conocida la noticia del retiro del balotaje del líder opositor Abdulá Abdulá, la Comisión Independiente de Afganistán (que fue designada “a dedo” por el propio Karzai, según la BBC) declaró vencedor al presidente por ausencia de otro candidato. Estados Unidos en menos de dos horas, a través del Premio Nobel de la Paz, Barack Obama, felicitaba telefónicamente al “líder legítimo de los afganos”, como lo denominó el vocero de la Casa Blanca, Robert Gibbs. Al mismo tiempo, la embajada norteamericana en Kabul calificó a las elecciones como históricas.

Quizá quien mejor haya dado luces del sentimiento occidental frente a estos acontecimientos es lo que declaró el ministro francés de Relaciones Exteriores, Bernard Kouchner, quien ha dicho el pasado jueves 5 de noviembre que el recién reelecto presidente afgano Karzai "es corrupto", pero al mismo tiempo ha señalado que a pesar de todo "es nuestro hombre".

Según analistas, el desenlace que ha ocurrido en Afganistán es de los peores que pudo ocurrir. Sin embargo, la no presentación de Abdulá también le otorga cierta legitimidad - la peor, estamos de acuerdo- al gobierno de Karzai. Esta legitimidad que, a su vez, está cubierta por un grueso manto de dudas sobre el proceso de la primera vuelta, pues descontados los votos supuestamente fraudulentos, el presidente electo no alcanzaría una mayoría simple.

Sin embargo, como podemos pensar, claramente en las elecciones de Afganistán no tuvo en juego sólo la cabeza del Estado de un pueblo desbastado y fragmentando. Las elecciones y sus resultados representan también un primer paso para la nueva política de la OTAN en Afganistán y en donde Karzai tendrá mucho paño que cortar, claramente no él directamente, pero sí las fuerzas occidentales a través de él. Y esa es la historia que se escribirá en los próximos meses. Por ahora tenemos cinco años más de Karzai en el poder o hasta que occidente diga otra cosa.

Ahora bien, ¿quién es Karzai?

Vestido ceremonialmente con su capa de seda verde -color favorito del profeta Mahoma-, llamada Chapam, y su gorro karakul, este hombre de 51 años fue el elegido por Occidente en 2001 para hacerle entrega del poder de Kabul, en un fraccionado Afganistán que venía siendo dominado por el islamistas del Talibán. Éstos debieron replegarse hacia las montañas al tiempo que occidente aterrizaba en el país, en lo que el ex presidente yankee, G. W. Bush, denominó guerra preventiva contra el terrorismo.

Karzai es de la etnia pastún, que es la mayoritaria de Afganistán y la misma a la que pertenecen los talibanes. Está casado, pero jamás se deja ver con su esposa en público. Sus lazos con Estados Unidos vienen de la década de los ’80, cuando luchó, a través de oficinas cercanas a la CIA, en contra la invasión soviética; luego, cuando los talibanes llegaron al poder en principio los apoyó y luego los criticó cosa que le valió el exilió en París. Habla francés, inglés con marcado acento británico, árabe, pashto y urdú. Este señor de porte elegante y culto representaba un excelente puente para las potencias occidentales y el país centroasiático, debido a la cercanía que tenía con el último rey de Afganistán, Mohamed Zahir Shah, y a su conocimiento del movimiento Talibán. Sin embargo, el poder que ostenta es meramente simbólico pues el país está tan desmembrado que su poder político se extingue más allá de las fronteras de Kabul, la capital, y es que en realidad Afganistán es hoy un protectorado de Naciones Unidas (a través de la UNAMA) y de la OTAN.

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