7 de marzo de 2010

Reflexiones sobre el terremoto y su efecto posterior esperado


El terremoto del 27 de febrero pasado ha desnudado al país y lo ha mostrado en la más cruda realidad, desvistiéndolo de sus luces, maquillaje y exitismo. Después del terremoto vino el tsunami, luego la incertidumbre y posteriormente la 'oleada' de personas en búsqueda para conseguir alimentos y otros, el lumpen, derechamente a robar lo que la oportunidad les brindaba, cual rapiñas.

Por otro lado, me queda realmente una impresión en la retina de una amplia gama de juicios e imágenes que tenemos los chilenos de nosotros mismos que están, al parecer, en profundo contrasentido de lo que vimos estos días.

¿Es que los chilenos no somos los que creemos ser? ¿Es que realmente somos lo que nos hemos (han) pintado?

Y es que con el terremoto no sólo perdimos vidas, pueblos y partes de nuestras ciudades, sino que también se vino abajo parte del lo que habíamos (habían) construido como un paradigma en Chile. Por ejemplo, carreteras a menos de 2 años de su inauguración están en el piso, edificios menores de 15 años (para alargar el radio) con severos daños estructurales en condiciones de inhabitabilidad, una ONEMI que no respondió -como jurábamos piedra en pecho- y que pensábamos nos informaría y asistiría en caso de emergencia, autoridades soberbias, sobrepasadas y poco ágiles, militares dubitativos, etc., etc. Cúmulo de hechos que nos mostraron un país en caos, de aquel que no estábamos acostumbrados a ver, en el que todo resultó mal y en el que las rapiñas políticas y ciertos medios de comunicación, por instantes, vieron sólo beneficios.

Lo cierto es que, como dijo la Presidenta Bachelet, después de la guerra somos todos generales y cada uno defenderá su teoría del manejo de la situación, aun cuando todos sabíamos que un evento así iba a pasar más temprano que tarde. Por lo tanto, y, pese a ser un mega terremoto (M8.8 Richter) con epicentro en las costas de Constitución, los efectos realmente han sido milagrosamente bajos en cuanto a lo más importante, que es la cantidad de víctimas fatales. La naturaleza nos envió una señal potente, pero no nos castigó como al pueblo de Aceh, en Indonesia en 2004, ni como el pueblo haitiano a inicios de este año. Fue bastante benévola y debemos tomar esto como también como un remezón poderoso y claro a la conciencia sobre lo obrado y construido, ya sea como estructuras físicas y mentales para no engañarnos a nosotros mismos construyendo de manera falsa el país que queremos todos.

Por último, la teletón que se realizará para ayuda de los miles de damnificados que dejó esta embate natural me parece una buena idea de emergencia y rapidez. Sin embargo, el país no puede vivir de teletón en teletón buscando recursos para situaciones tan básicas como construcción de mediaguas o, en su momento, la ayuda legítima a las personas con discapacidad. El país tiene los recursos económicos suficientes para solventar estos gastos y el Gobierno debe ir a buscarlos donde se guardan o producen. No es posible que las empresas con su 'gran generosidad' lucren con la tragedia de un país.

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